Opinión

(Opinión) Diciembre: mostramos la abundancia que no tenemos

Por: César Augusto Bedoya Muñoz

Diciembre llega envuelto en el mágico olor a buñuelos y natilla, musicalizado por las novenas y el tintineo de las tarjetas de crédito. Es el mes donde la alegría social parece obligatoria, y con ella, una exhibición de prosperidad que, los colombianos, es pura fachada. Hemos interiorizado una cruel paradoja: transformar la época de mayor ingreso, la anhelada prima, en el mes de la mayor irresponsabilidad. La pregunta resuena como “Tutatina” año tras año: ¿Por qué, si sabemos que la “cuesta de enero” nos espera, insistimos en “parir gatos” financieros, financiando un mes de luces con una angustia que dura el resto del semestre?

El dato es lapidario: hasta 7 de cada 10 compras navideñas son impulsivas. Este no es un problema de voluntad, sino de hipnosis colectiva. Entramos al almacén buscando el regalo acordado y salimos con un set completo de vajillas que “estaban en oferta”, un árbol de Navidad que duplica el tamaño del anterior o un sistema de sonido recién lanzado que no estaba en nuestra lista. La mercadotecnia nos abraza en un ambiente festivo que anula la razón, convenciéndonos de que ese gasto extra e innecesario es la única forma válida de demostrar cariño o de que nuestra celebración sea verdaderamente memorable. La emoción manda, y la cartera obedece.

Y es ahí donde la prima navideña, esa inyección de hasta el 20% del ingreso anual, se convierte en una peligrosa habilitadora de fantasías. Este capital, que podría ser el pilar para un negocio, el primer ladrillo de una casa, o al menos un robusto fondo de ahorro para los gastos fijos de enero, matrículas, impuestos, se vaporiza. En lugar de ser un trampolín financiero, la prima se convierte, en el mejor de los casos, en un parche para saldar las deudas del semestre, solo para volver a llenarla antes del 31. ¿Estamos usando una herramienta de progreso para perpetuar nuestro propio estancamiento económico?

La presión social y los ejemplos cotidianos evidencian nuestra obsesión por mostrar lo que no somos. En cualquier barrio de Colombia, la competencia por el derroche es palpable. La vecina renueva las luces LED; nosotros compramos las más grandes y brillantes. En el mercado, se abandonan las cervezas nacionales por cajas enteras de vino importado para la cena del 24, un lujo que el resto del año es impensable. El closet se llena de “pinticas” nuevas que solo se usarán una noche. El gasto no se mide por la necesidad, sino por la visibilidad. Compramos para que otros vean, alimentando la creencia limitante de que solo una Navidad “por todo lo alto” es sinónimo de felicidad.

Esta necesidad de “sacar la casa por la ventana” tiene raíces profundas en la creencia de que la grandeza de la celebración debe estar ligada a la escala del gasto. Si la fiesta es austera, parece que la vida es austera. Y así, el valor de la generosidad se confunde con el monto invertido en el regalo. ¿Qué pasa si expresamos afecto con un intercambio de regalos hecho a mano o con una cena sencilla pero llena de conversación? El sistema nos ha enseñado que la alegría se compra, y que la única forma de validar nuestra buena situación, aunque sea temporal, es a través del consumo desmedido.

El resultado es un ciclo de sufrimiento autoimpuesto: la temida cuesta de enero. El mismo colombiano que hace unas semanas era pródigo con el aguinaldo, hoy se encuentra pidiendo préstamos, haciendo doble turno o, en el peor de los casos, empeñando los electrodomésticos o el flamante celular que compró impulsivamente. La felicidad de un mes se paga con meses de zozobra, estrés y la queja perpetua sobre el “alto costo de la vida”. ¿Es justo con nosotros mismos pagar un placer efímero con una deuda de largo plazo? La respuesta es un rotundo no, y el poder de detener este ciclo está en nuestras manos.

Navidad no es sinónimo de bancarrota. La clave es simple: planificación y conciencia. Es el momento de cambiar el chip y ver la prima como un activo, no como un permiso de gasto. Elaborar un presupuesto estricto, destinar una porción al ahorro antes de gastar, y priorizar experiencias sobre objetos son las estrategias de un diciembre inteligente. Podemos lograr momentos memorables, expresar cariño genuino y mantener la estabilidad financiera. La verdadera abundancia no es la que se exhibe en diciembre, sino la paz que se siente al iniciar enero.

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