Cuando el resentido impone su visión del mundo, culpa a los demás por desgracias que en realidad son producto de sí mismo. Su lógica es simple: alguien tiene que pagar por su vacío interior. Por eso necesita señalar culpables, arrastrar a todos a su dolor y destruir al otro. El resentido vive de la venganza y, una vez en el poder, convierte su revancha personal en política de Estado. Hoy en Colombia lo estamos viendo: han tomado el poder resentidos que buscan desmantelar el Estado de derecho, descomponer la familia, trastornar la economía, corroer las instituciones, sacrificar la verdad y normalizar la corrupción. Todo vale en nombre de su ajuste de cuentas.
El resentimiento según Friedrich Nietzsche es una emoción venenosa.
Ese guion del resentimiento tiene hoy un capítulo especial en Medellín y Antioquia. No es casualidad: esta región se ha convertido en la piedra en el zapato de un proyecto político nacional que no tolera contradictores. Desde el primer día del actual gobierno, los embates han sido sistemáticos: recortes presupuestales a proyectos estratégicos, persecución judicial a líderes regionales, campañas de desprestigio contra empresarios y una clara intención de desestabilizar a quienes hoy gobiernan con legitimidad y respaldo ciudadano.
El resentido, como el diablo, no puede agradecer. Es incapaz de reconocer un mundo digno de ser admirado. Solo sabe odiar, en especial a aquellos ciudadanos y regiones que progresan gracias a su esfuerzo. Le irritan los que estudian, trabajan, emprenden y crean, porque son recordatorio de todo lo que él no ha podido lograr. Por eso su reacción es arruinar lo construido y quemar lo que funciona. Medellín y Antioquia, símbolos de progreso y resiliencia, se han convertido en blanco de ese resentimiento.
Las pruebas están a la vista. El Metro de la 80, obra vital para la movilidad del Valle de Aburrá, ha sufrido recortes y dilaciones. El Túnel del Toyo, conexión esencial hacia el mar, ha tenido el mismo destino. Programas de educación e innovación, que han sido orgullo de Medellín y bandera de Antioquia, se ven asfixiados desde el nivel central. La razón es clara: aquí se resiste al centralismo y se defienden modelos propios de desarrollo. Y eso, para un presidente resentido, es intolerable.
Los ataques no se quedan en los proyectos. El gobernador Andrés Julián Rendón y el alcalde Federico Gutiérrez han sido objeto de presiones, hostigamientos y campañas de desprestigio. Ambos representan liderazgos sólidos e incómodos para un presidente que quisiera ver a Antioquia de rodillas. En lugar de reconocer su esfuerzo y pujanza, se les trata como enemigos a neutralizar.
La situación de seguridad también refleja ese patrón. Suspender órdenes de captura a criminales ha sido un error monumental. Mientras en Bogotá se firman decretos, en Medellín y Antioquia se asesinan policías, se ponen bombas y resurgen estructuras ilegales. No hay ingenuidad posible: la permisividad del gobierno central ha dado oxígeno a quienes buscan sembrar miedo como en los peores años de nuestra historia.
Pero esta tierra no se amilana. Medellín y Antioquia siguen siendo motor económico del país: generan empleo de calidad, atraen inversión extranjera, lideran en innovación y son ejemplo de resiliencia. Lo que incomoda al resentido en el poder es precisamente eso: que, a pesar de los intentos de acorralarnos, seguimos de pie, avanzando con dignidad.
Por eso el respaldo al alcalde y al gobernador no es un asunto coyuntural, sino una expresión de gallardía regional. Son ellos quienes hoy ponen el pecho para contener un modelo que busca silenciarnos.
El 2026 marcará un punto de quiebre. Antioquia volverá a ser determinante en las elecciones nacionales porque el país observa cómo esta región resiste, cómo defiende lo suyo y cómo no se deja intimidar. Si Antioquia cae, cae Colombia. Pero si Antioquia se mantiene firme, todo el país encontrará esperanza en esta resistencia.
La mayor amenaza política del presidente no está en el Congreso ni en los tribunales: está aquí, en esta tierra que se niega a ser doblegada. Ha intentado callarnos, agotarnos y atacarnos, pero cada golpe nos une más. Como antioqueños, no nos vamos a dejar intimidar ni acorralar. Seguiremos trabajando y sacando adelante nuestra región con la determinación que nos caracteriza.
Antioquia no se deja humillar. Cada golpe nos fortalece y cada ataque nos recuerda que aquí no gobernará nunca el rencor, sino la esperanza. Medellín y Antioquia seguirán siendo faro de progreso para Colombia, a pesar de los resentidos en el poder.
En última instancia, la política de un resentido en el poder se reduce a una contradicción insalvable. Mientras gobierna desde la herida y la venganza, Medellín y Antioquia perseveran desde el trabajo unido entre la academia, sector público y sector privado en un propósito común. Su necesidad es destruir para sostenerse, la nuestra es construir para resistir. Por eso esta tierra se ha convertido en su obsesión y en su blanco, porque encarna lo que jamás podrá ser.
Esa es la batalla de fondo, entre un resentimiento que todo lo arrasa y una dignidad que nunca se doblega. Medellín y Antioquia no se arrodillan ni se arrodillarán.
El resentido podrá detentar el poder, pero jamás a esta tierra someter.
Lo que lees en esta columna refleja únicamente la opinión de su autor. No necesariamente coincide con la visión de nuestra Llave Informativa, que busca ser un espacio abierto para diferentes puntos de vista.
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