Opinión: ¿Prohibir o abrazar la IA en las aulas de clase?
Por: César Augusto Bedoya Muñoz / Comunicador Social y Periodista
La llegada de la inteligencia artificial a las aulas ha desatado una paradoja desconcertante en el mundo educativo. Mientras los estudiantes, con su curiosidad innata, la adoptan como una herramienta para completar sus tareas, muchos docentes, impulsados por el miedo al fraude y la pérdida de habilidades esenciales como la escritura, buscan restringir su uso. Sin embargo, la tensión se agudiza cuando estos mismos profesores reconocen las bondades de la IA, utilizándola para optimizar su propio tiempo, calificar ensayos y, en algunos casos, incluso para dar clases particulares. Este doble estándar no solo genera dilemas éticos, sino que evidencia un choque generacional y una urgencia por redefinir la forma en que evaluamos y enseñamos.
El dilema es claro: ¿cómo se puede prohibir a un estudiante usar una herramienta para escribir un ensayo, si luego se utiliza esa misma tecnología para corregirlo? Esta dicotomía plantea serios cuestionamientos sobre la equidad y la coherencia en el proceso de enseñanza. El problema de fondo no es la herramienta en sí, sino el concepto tradicional de evaluación que se ha visto desafiado. Un texto impecable, gramaticalmente perfecto, entregado por un estudiante, contrasta de manera alarmante con las producciones ilegibles que el mismo alumno hace en clase. Esto no solo pone en tela de juicio la autoridad, sino que nos obliga a cuestionar qué estamos evaluando realmente: ¿el producto final o el proceso de pensamiento detrás de él?
La reacción inicial de muchos docentes ha sido volver a lo que ya conocen: los exámenes tradicionales y las evaluaciones orales. Si bien estas estrategias pueden garantizar la autoridad del estudiante, no siempre son la solución. Evaluar oralmente a 40 alumnos es inviable y, en el caso de las evaluaciones escritas a mano, no siempre se ajustan al tipo de trabajo requerido. Por ejemplo, ¿tiene sentido pedir a un estudiante que escriba un guion a mano en dos horas? Esta vuelta al pasado ignora que la IA, al igual que la calculadora o Internet, es una realidad que llegó para quedarse y que, en lugar de ser una amenaza, podría ser una oportunidad para potenciar nuevas habilidades.
La solución no radica en prohibir la IA, sino en integrarla de manera inteligente. La escritura es, en esencia, una forma de pensar. Al delegar esta tarea por completa, el estudiante pierde la oportunidad de desarrollar el pensamiento crítico, la argumentación y la coherencia. Sin embargo, en un mundo donde la IA ya hace parte del día a día, la escuela no puede aislarse de la realidad. Las instituciones educativas deben dejar de pedir a los docentes que sean “innovadores” sin ofrecerles las herramientas y el respaldo necesarios. Es fundamental capacitar a los maestros para que puedan diseñar evaluaciones que incorporen la tecnología como una aliada, no como una enemiga.
Una de las propuestas más interesantes es la de evaluar de manera híbrida. Combinar parciales presenciales con trabajos más complejos. Estos trabajos podrían requerir que los estudiantes utilicen la IA, pero con una clave de diferencia: que se enfoquen en la curaduría, la verificación y el análisis crítico de la información generada. En lugar de evaluar la originalidad de la escritura, podríamos evaluar la capacidad del estudiante para identificar sesgos, corregir errores o expandir una idea con su propio punto de vista. De esta forma, el docente se convierte en una guía que enseña a navegar el vasto mar de información que la IA genera.
Es momento de transformar la evaluación de un simple “examen de conocimientos” en una demostración de habilidades del siglo XXI. Se puede pedir a los estudiantes que usen la IA para generar una idea inicial y luego que la desarrollen, la analicen y la presenten oralmente, defendiendo sus argumentos. También se podría plantear la evaluación como una colaboración entre el estudiante y la IA, donde se le pida al alumno que presente la versión generada por la máquina y, a la par, su propia versión, argumentando las diferencias y mejoras que él mismo realizó.
En lugar de construir muros para evitar el uso de la inteligencia artificial, es hora de construir puentes que conecten el conocimiento tradicional con las herramientas del futuro. La educación debe evolucionar para enseñar a los estudiantes no solo a pensar, sino a pensar con la IA. La tarea de los docentes no es competir con la tecnología, sino enseñar a sus alumnos a usarla de manera ética, crítica y productiva. El presente de la educación no está en prohibir, sino en guiar; no está en el miedo, sino en la reflexión y en la audacia de repensar el aula para un mundo que ya es radicalmente diferente.
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